Los primeros años de la vida de Max Ernst discurrieron junto a su padre, maestro de sordomudos, pintor aficionado y católico estricto. Ernst se matriculó en la Facultad de Letras en Bonn y comenzó a realizar sus primeras obras. Tras la Primera Guerra Mundial se adhirió al movimiento dadaísta, el cual surgió en Zúrich en 1916 precisamente como un acto de denuncia no-racional frente a una civilización que fue capaz de llevar a la humanidad a semejantes catástrofes.
En 1921 André Breton lo invitó a exponer sus obras en la librería Au sans pareil de París, y, animado por el sincero apoyo, se trasladó a Francia en 1922, donde entró ilegalmente con el pasaporte del poeta surrealista Paul Éluard. Debido a su nacionalidad alemana, su situación en París fue precaria; tuvo que realizar todo tipo de trabajos y tan solo podía pintar los domingos. No obstante, expuso en 1923 en el Salón de los Independientes, con una muy buena acogida de los futuros surrealistas; fue miembro fundador del movimiento, y participó en la mítica exposición en la Galerie Pierre de 1924. Se convierte en uno de los pintores más importantes del movimiento, hasta que, en 1938, fue expulsado al secundar a Paul Éluard en sus diatribas con Breton. Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial fue víctima doblemente: primero como alemán en Francia antes de la toma de París, y después como disidente alemán para los Nazis. Escapó hacia Nueva York en compañía de Peggy Guggenheim, con quien se casó al poco tiempo. Allí conoció a la pintora Dorothea Tanning, que se convirtió en su nueva mujer, y se trasladaron a Arizona. En 1953 regresó a Francia, donde residió y trabajó hasta su muerte.
Max Ernst es uno de los grandes artistas del siglo xx, inventor de técnicas, como el frotagge y el gratagge. Su obra no posee un solo lenguaje plástico, ya que siguió una trayectoria plástica fruto de un alma inconformista que busca nuevos medios de expresión para plasmar sus inquietudes.